Fui a ver Victoria hace varias semanas durante la Fiesta del Cine. Quedé tan impresionada que desde entonces no he dejado de pensar en ella. Me pregunto qué estará haciendo ahora Victoria, dónde habrá ido, si sigue tocando el piano en bares de Berlín o si me la encontraré por las calles de Madrid.

Me gusta mucho el cine, veo mucho cine y teatro y lo disfruto siempre. Río, lloro, me entretengo, disfruto de paisajes, conozco formas de ver el mundo… Pero lo que me pasó con esta película fue una experiencia diferente.

Lo único que sabía al llegar a la sala era que la película estaba rodada en un solo plano secuencia y que duraba algo más de dos horas. Telita. «Venga, que te la han recomendado, ¡ánimo!».

Y conocí a Victoria bailando en un club de Berlín, sola. Y salí con ella de ese lugar donde conoció a unos chicos. Y me atrapó. Y ya la seguí durante esa noche de fiesta que se te va de las manos.

El trabajo que hay en esa película es impresionante. Te crees todo lo que pasa; vale, alguna cosa de guión es un poco forzada, pero lo justifican y ya que te has puesto, te lo crees. Lo actores son tan creíbles que llegas a pensar que han grabado a gente en la calle (aunque es un trabajo que para nada podría hacer cualquiera) y la elección del plano secuencia y la forma de resolverlo es magistral. Interesa, te llega la información, tiene ritmo, es bonita, hay detalles, viajas, te emociona, respira, entretiene, asusta, alivia, sorprende… y todo esto lo hace casi sin que te des cuenta. Se acaba la película y te quedas parada viendo cómo se va Victoria, y quieres seguir con ella, pero en ese momento te das cuenta de que no estabas ahí compartiendo la noche con Laia Costa, que hace un trabajo espectacular, pasando por todo tipo de estados de ánimo, llevando el peso de la película sobre sus hombros con total ligereza, llena de matices y con una interpretación inteligente y emocionante. Y observas que la cámara que estaba ahí no eras tú, ni era un personaje más del grupo de amigos, era un maravilloso Sturla Brandth Grøvlen que ha seguido todo su recorrido.

Cuando estudias interpretación te hablan mucho de la técnica, de que hay que trabajar mucho la técnica, tanto y hasta tal punto que no se vea. Y esta película es un gran ejemplo de ello. Puedes pensar que son cuatro colegas con una cámara que se han puesto a grabar y les ha salido bien, pero detrás de este plano hay dos meses de ensayo, 22 estudiadas localizaciones, 6 ayudantes de dirección coordinando a más de 150 extras y, entre otras cosas, 3 equipos de sonido. Todo esto perfectamente dirigido por Sebastian Schipper.

La película habla de la vida, habla del ahora, habla de la valentía, de la estupidez, de los miedos, de los sueños de juventud, habla de nosotros, de enfrentarnos y de que después de vivir, el futuro sigue en construcción.

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